lunes, 28 de noviembre de 2011


La suerte de los moribundos

¿Esa falta de evidencias relativas a tratos crueles significa, de veras, que tales tratos no existen?

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ELÍAS PINO ITURRIETA |  EL UNIVERSAL
domingo 27 de noviembre de 2011  12:00 AM
La opinión de la Fiscal y la decisión de un Circuito Judicial sobre una solicitud del comisario Henry Vivas no debe pasar inadvertida. Es una medida a través de la cual se puede calcular el vínculo del Gobierno con la represión, o la manifestación de desprecio hacia quienes considera como enemigos sin despertar la ola de indignación que sin duda merece. El comisario necesita atención médica y la solicita desde la prisión para buscarla en una clínica a la cual debe acudir por consejo de su médico, pero las autoridades aludidas ofrecen una respuesta sorprendente: el auxilio que reclama solo se puede conceder a los cautivos cuya salud se encuentre en situación terminal. Terminal, según usamos el vocablo en Venezuela, refiere a que algo, en este caso la vida, está a punto de acabarse. A que se ha tomado el último autobús que conduce a la última morada; a que, en términos de un ciclo vital, la caravana marcha hacia el cementerio. Esa ha sido, palabras más, palabras menos, la respuesta de la autoridades "revolucionarias" frente un pedimento que debería considerarse como rutinario en las sociedades civilizadas y compasivas que existen en el mundo. Esa ha sido la conducta de quienes deben reaccionar en términos equilibrados, y en el tono correspondiente a la escala de comprensión e indulgencia que han alcanzado los pueblos después de más de veinte siglos de evolución. Que esa actitud se manifieste públicamente sin rubor en Venezuela sin provocar la respuesta enfática de la colectividad, pues no se ha sentido como debería, es un signo elocuente y terrible de la decadencia y la inhumanidad que experimentamos como colectividad.

En nuestros días y en nuestro país es inconcebible que exista una prisión como La Rotunda tristemente célebre. La demolieron para manifestar el surgimiento de una era de justicia y democracia que debió esperar la muerte de un tirano para lograr establecimiento. Tampoco pueden o deben existir los oscuros alcaides y los terroríficos carceleros que describe Pocaterra en su libro sobre las penalidades de los cautivos del gomecismo. Tampoco los suplicios ni las situaciones de abandono que narra el autor en esa obra mayor de las letras venezolanas. Tuvieron un período de renacimiento, no obstante, durante la dictadura de Pérez Jiménez en la cual se acostumbró la tortura y la clausura total de los venezolanos que lucharon contra el establecimiento. No dejaron de existir después de 1958, aunque seguramente sin la recurrencia ni la masiva crudeza de los lapsos anteriores; pero, hasta donde se tiene noticia, poco a poco dejaron de practicarse en los reclusorios para dar paso a una conducta respetuosa de los derechos humanos que concordara con los argumentos y los convenios que se han ventilado y suscrito en los últimos tiempos en el mundo occidental sobre la suerte de tal especie de presos. En consecuencia, no tiene sentido entre nosotros buscar torturadores ni herramientas de tormento como las de antes, porque seguramente no se encontrarán.

Pero, ¿esa falta de evidencias relativas a tratos crueles significa, de veras, que tales tratos no existen? Que no aparezca el tortol no obliga a pensar en que necesariamente ha dejado de aplicarse para supliciar a los presos políticos, si persiste el deseo de atormentarlos para que paguen caro su supuesto crimen. El rigor se disfraza de benevolencia ante el reclamo de los tiempos. Los verdugos se visten de samaritanos para que nadie los pesque en situaciones que la sensibilidad de las sociedades contemporáneas no dudaría en condenar. La vocación de producir zozobras y congojas encuentra rincones hospitalarios, aunque adecuadamente disimulados, cuando quienes la abrigan no pueden existir sin atemorizar a sus rivales del presente y del futuro para imponer una hegemonía. Para desdicha de la "revolución", la respuesta de las autoridades ante la petición del comisario Vivas exhibe sin recato situaciones de atrocidad que parecían desterradas de la historia, tratos de sevicia que uno usualmente relaciona con el gomecismo pensando candorosamente que el adecentamiento de las formas de gobierno era un fenómeno que no admitía retrocesos, mucho menos la formación de flamantes ciénagas hediondas en el ambiente del "paraíso socialista".

La respuesta de la Fiscal y la decisión de un Circuito Judicial a la petición del comisario Vivas no son contundentes, debido a que ofrecen la liberalidad de permitir la atención de los moribundos. Como están al borde del sepulcro pueden salir de la prisión con sus facultativos a descansar en paz. El socialismo del siglo XXI les garantiza un periplo sin estorbos hacia el descanso eterno. El cementerio es una seguridad que las autoridades, pendientes de los capítulos estelares de la vida, no niegan a los penados que están obligados por la prisa de los túmulos. Los otros presos, aquellos que no se ven tan pálidos como para conmoverse, los que se pueden parapetar en la comodidad de sus celdas, deben esperar un anhelado empeoramiento. El presidente Chávez debería apresurarse a felicitar a la Fiscal y a los jueces del correspondiente Circuito, no en balde ponen en práctica digna de encomio el discurso de "vivir viviendo" que se ha empeñado en divulgar. Debe incluirlos en el cuadro de honor de la "revolución humanista". Y para terminar felicitamos a los moribundos que habitan las cárceles, por las facilidades que les concede el régimen para que lleguen tranquilos a su terminal.

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