La suerte de los moribundos
¿Esa falta de evidencias relativas a tratos crueles significa, de veras, que tales tratos no existen?
ELÍAS PINO ITURRIETA
| EL UNIVERSAL
domingo 27 de noviembre de 2011 12:00 AM
La opinión de la Fiscal y la
decisión de un Circuito Judicial sobre una solicitud del comisario Henry
Vivas no debe pasar inadvertida. Es una medida a través de la cual se
puede calcular el vínculo del Gobierno con la represión, o la
manifestación de desprecio hacia quienes considera como enemigos sin
despertar la ola de indignación que sin duda merece. El comisario
necesita atención médica y la solicita desde la prisión para buscarla en
una clínica a la cual debe acudir por consejo de su médico, pero las
autoridades aludidas ofrecen una respuesta sorprendente: el auxilio que
reclama solo se puede conceder a los cautivos cuya salud se encuentre en
situación terminal. Terminal, según usamos el vocablo en Venezuela,
refiere a que algo, en este caso la vida, está a punto de acabarse. A
que se ha tomado el último autobús que conduce a la última morada; a
que, en términos de un ciclo vital, la caravana marcha hacia el
cementerio. Esa ha sido, palabras más, palabras menos, la respuesta de
la autoridades "revolucionarias" frente un pedimento que debería
considerarse como rutinario en las sociedades civilizadas y compasivas
que existen en el mundo. Esa ha sido la conducta de quienes deben
reaccionar en términos equilibrados, y en el tono correspondiente a la
escala de comprensión e indulgencia que han alcanzado los pueblos
después de más de veinte siglos de evolución. Que esa actitud se
manifieste públicamente sin rubor en Venezuela sin provocar la respuesta
enfática de la colectividad, pues no se ha sentido como debería, es un
signo elocuente y terrible de la decadencia y la inhumanidad que
experimentamos como colectividad.
En nuestros días y en nuestro país es inconcebible que exista
una prisión como La Rotunda tristemente célebre. La demolieron para
manifestar el surgimiento de una era de justicia y democracia que debió
esperar la muerte de un tirano para lograr establecimiento. Tampoco
pueden o deben existir los oscuros alcaides y los terroríficos
carceleros que describe Pocaterra en su libro sobre las penalidades de
los cautivos del gomecismo. Tampoco los suplicios ni las situaciones de
abandono que narra el autor en esa obra mayor de las letras venezolanas.
Tuvieron un período de renacimiento, no obstante, durante la dictadura
de Pérez Jiménez en la cual se acostumbró la tortura y la clausura total
de los venezolanos que lucharon contra el establecimiento. No dejaron
de existir después de 1958, aunque seguramente sin la recurrencia ni la
masiva crudeza de los lapsos anteriores; pero, hasta donde se tiene
noticia, poco a poco dejaron de practicarse en los reclusorios para dar
paso a una conducta respetuosa de los derechos humanos que concordara
con los argumentos y los convenios que se han ventilado y suscrito en
los últimos tiempos en el mundo occidental sobre la suerte de tal
especie de presos. En consecuencia, no tiene sentido entre nosotros
buscar torturadores ni herramientas de tormento como las de antes,
porque seguramente no se encontrarán.
Pero, ¿esa falta de evidencias relativas a tratos crueles
significa, de veras, que tales tratos no existen? Que no aparezca el
tortol no obliga a pensar en que necesariamente ha dejado de aplicarse
para supliciar a los presos políticos, si persiste el deseo de
atormentarlos para que paguen caro su supuesto crimen. El rigor se
disfraza de benevolencia ante el reclamo de los tiempos. Los verdugos se
visten de samaritanos para que nadie los pesque en situaciones que la
sensibilidad de las sociedades contemporáneas no dudaría en condenar. La
vocación de producir zozobras y congojas encuentra rincones
hospitalarios, aunque adecuadamente disimulados, cuando quienes la
abrigan no pueden existir sin atemorizar a sus rivales del presente y
del futuro para imponer una hegemonía. Para desdicha de la
"revolución", la respuesta de las autoridades ante la petición del
comisario Vivas exhibe sin recato situaciones de atrocidad que parecían
desterradas de la historia, tratos de sevicia que uno usualmente
relaciona con el gomecismo pensando candorosamente que el adecentamiento
de las formas de gobierno era un fenómeno que no admitía retrocesos,
mucho menos la formación de flamantes ciénagas hediondas en el ambiente
del "paraíso socialista".
La respuesta de la Fiscal y la decisión de un Circuito Judicial a
la petición del comisario Vivas no son contundentes, debido a que
ofrecen la liberalidad de permitir la atención de los moribundos. Como
están al borde del sepulcro pueden salir de la prisión con sus
facultativos a descansar en paz. El socialismo del siglo XXI les
garantiza un periplo sin estorbos hacia el descanso eterno. El
cementerio es una seguridad que las autoridades, pendientes de los
capítulos estelares de la vida, no niegan a los penados que están
obligados por la prisa de los túmulos. Los otros presos, aquellos que no
se ven tan pálidos como para conmoverse, los que se pueden parapetar en
la comodidad de sus celdas, deben esperar un anhelado empeoramiento. El
presidente Chávez debería apresurarse a felicitar a la Fiscal y a los
jueces del correspondiente Circuito, no en balde ponen en práctica digna
de encomio el discurso de "vivir viviendo" que se ha empeñado en
divulgar. Debe incluirlos en el cuadro de honor de la "revolución
humanista". Y para terminar felicitamos a los moribundos que habitan las
cárceles, por las facilidades que les concede el régimen para que
lleguen tranquilos a su terminal.